El otro día me percaté de cuantas cosas al pedo tengo en mi casa y la escasa voluntad de tirarlas o venderlas. Me llamó la atención un mueble con bar que heredé de mis viejos. Usted sabe, esos que tienen un cristalero y lugar para botellas con una puerta rebatible tipo mesa que sirve, justamente, para servir. Me retrotrajo a aquellas épocas en que los tíos solterones ubicaban en el mejor rincón de sus living una barra de bar con luces y peceras donde seguramente harían el juego previo a los juegos previos con sus amigas. O para decirlo más claramente, donde las emborrachaban para destruir barreras. Claro, ellos pretendían tomar pero le aceleraban el paso a los demás, pues todo el mundo sabe que cuando el alcohol domina a un hombre, la sangre no fluye correctamente.
Digamos que en mi caso particular tengo la suerte de contar con un gen antietílico que me protege. A mí y a mi familia. No sé porque pero mis borracheras han sido la mar de aburridas o patéticas, no como las de los tíos solterones. Pero no crea que no he probado y disfrutado todo tipo de destilados.
Veamos:
A los cinco años recuerdo vagamente la navidad como una seguidilla de copas y una puerta. Si, cinco años y la aptitud para ser ignorado como el Hombre Invisible ya que pasé poco a poco de regazo en regazo por los sitiales de cada comensal y sorbito a sorbo me bebí los restos de sidra de las copas ajenas. El efecto de tan imprudente imitación de actos de adultos consistió en un mareo tan importante que en mi pobre cabecita se gestó la idea de que golpeándola contra la puerta de calle todo se pasaría. O al menos se rompería la puerta. Se requirieron más de una tía y una prima para meterme en la cama ya que la misma se negaba a dejar de girar en cada intento.
A los ocho superé la apuesta y ya sin mediar palabra me dediqué a sorber Sangría hasta que de mis poros brotara vino y frutas. En este caso debe comprenderse que el calor reinante y el sabor frutado de dicha bebida pudieron ser un engaño a mis defensas que me arrastró al final de la noche a exigir la presencia de una Luna que ese día no le correspondía aparecer.
A los gritos y sollozos, subido a algún sillón del fondo de la casa, aullaba a una Luna inexistente para beneplácito de los familiares que ya, lejos de asombrarse por mis actitudes, se mataban de risa de un servidor, victima momentánea de un lunático delirium tremens.
Pero ojo, yo seguía siendo un fanático de la Canada Dry y la Crush, mientras que de vacaciones tomaba Nora y Prity (andá a averiguar que era la Nora eh?) Pero cuando llegaba el finde y los asados del viejo, uno se entretenía con el Cinzano con fernet y soda mientras hacía la picada previa a la típica manducada de tres platos.
Lechones eramos por esos tiempos, le-cho-nes.
¿Quién se iba a imaginar que una bebida tan pedorra como el Fernet se convertiría en algo caro y elegido por la juventud por su alto contenido alcohólico? Nadie lo tomaba, lo usual era el Gancia si te querías hacer el canchero y no tenías un mango. Alguien piola tomaba coñac o whiskey de marca. Y ahora que me acuerdo..¿y el coñac con miel cuando estábamos resfriados? ¿o el huevo batido con azucar y oporto que llamábamos sambayon ? O el Capitan de Castilla, ese ponche que en invierno te hacía olvidar del frío y que te servían calentito, calentito. La espectacular copita de Caña Quemada Legui con la imagen de los jinetes con Ireneo Leguizamo a la cabeza en la etiqueta. El Jerez antes de una comida. La Hesperidina nunca me gustó, muy amarga. ¿Y qué me dice de las petacas de ginebra para acompañar las noches de pesca o de campamento, mientras se contaban historias de aparecidos cerca de la fogata? Le debo la vida a más de un pescador que se arrimó a decirme -Pibe , andá a dormir la mamúa adentro de la carpa que está helando-
En esa época era muy amigo del hijo del dueño de la marca de whiskey Folk Power, una variante del kerosene que justamente usábamos para beber, avivar el fuego y matar velozmente a los peces que íbamos sacando. No se preocupen, la destilería ya cerró.
Yo me deleitaba con todo eso, pero ojo que tengo el gen antietílico, así que difícil que me enviciara.
Un poco más grande , en pleno invierno había dos frentes para elegir:
Por el lado de la vieja los licores dulces caseros o comprados que incluían el de Peperina, el Guindado, el de Huevo, el de chocolate y el de Ciruelas. El Limonchello fue una moda tardía en la era del Riojano  a la que nunca me logré adaptar.
Por el lado del viejo manejábamos dos vertientes para cada caso. Una copa calentita de Coñac Napoleón o Reserva San Juan o en su defecto una medida de whiskey Old Parr o Criadores. Hoy día, a veinte años de la muerte de mi viejo, sigo guardando unas botellas de Old Parr y de Chivas sin abrir  que espero disfrutar con mi hijo en algún momento. (ya suman más de treinta años de añejamiento)
De las porquerías que he tomado fuera ya casi ni me acuerdo, salvo que la moda setentosa era el famoso Cuba Libre y que mi bolsillo apenas aguantaba el gasto.
Más grandecito pasé a disfrutar especialidades típicas de diversos orígenes y con diversos efectos.
El "Aguardientica" caribeño, de sabor anisado y graduación alcohólica de 28º fue una debilidad difícil de superar. Los originarios la sirven en dedales y va uno tras el otro. Casi como tomar vino en cucharita, con un rebote también parecido. Se toma antes, durante y después del desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena. Tal vez hasta se pongan una sonda nasogástrica para seguir bebiendo mientras duermen. Con decirle que se vende en damajuanas de dos litros. La mejorcita es la Cristal y uno de los efectos secundarios difíciles de manejar es el de intentar bajar a la Arena a torear cuando nadie se lo ha pedido a uno. Absténgase de manejar o visitar plazas de toros bajo sus efectos. Sin embargo una manera de evitar quedar mal parado es justamente caminar y caminar y caminar hasta evaporar todo el alcohol. Varias alfombras atestiguan mi ir y venir nocturno.
El Pizco Sour, no me pregunte por qué, pero lo bebí en ayunas y me pegó tan mal que apenas llegué a un baño medianamente limpio, éste quedó posteriormente arruinado. Para mí, hoy en día es el peor trago del mundo. Lo huelo y vomito.
El Mojito, trago que nuestro benemérito (pero no procer) Che Guevara supo degustar en su Cuba adoptiva es uno de los tragos que más me gusta. El Ron con hielo picado y hojas enteras de menta dan la frescura que uno necesita en medio del calor más seco y agradable que existe.
Sin embargo el Ron con hielo picado y Lima es una delicadeza pirata de Venezuela que si la dejas en la mano un rato pierde todo su poder alcohólico.
Se ve que me gusta el Ron.
El vino recién pisado es una delicia que pega mientras uno está quieto. El jugo de uva recién fermentado tiene la propiedad de dejar el vaso teñido con el color púrpura de la uva y bajar dulcemente como si fuera néctar. El problema es levantarse. Uno de quienes me acompañó en la degustación de esta delicia junto a los viñedos, un local, colapsó en medio de la comida aterrizando su cara en medio del plato en tal nivel de inconsciencia que estuvo a punto de ahogarse si no fuera por que traía, por las dudas, dos lacayos que vigilaban por su bienestar. Parece que cuando llega la vendimia se toman todo lo que no tomaron en el resto del año.
El mismo efecto tiene en mí la Caipiriña, que si usted la mezcla con algunos fármacos puede lograrle un viaje colosal. Los antigripales tienen un efecto potenciador que me ha impedido retirarme de la mesa luego de una de esas comilonas donde todos brindan por el amigo. Y no los podés rechazar, che. Y ahí quedás tendido.
No, si mi gen antietílico funciona de lo más bien.
El vino verde es también una delicia. Pero no es más que vino joven. Prefiero el Oporto.
La cerveza, como ya he contado, si es buena perfecto, me puedo tomar tres litros en tres horas y lo único que me notarán es que voy a visitar el mingitorio varias veces. Miles de veces.
Pero denme un porrón de Quilmes y más le vale que ponga una ambulancia al lado porque si no crepo ahí nomás. La Quilmes es tan pero tan mala que un sorbo ya me parte la cabeza como si fuera una sandía caída de un quinto piso.
De los mismos creadores de la cerveza aparece el Schnapps que no es más que agua ardiente (como el Vodka lo es de papa) de diferentes frutas. El más conocido es el de manzanas o el de Kirschner, perdón Kirsche o en castellano Cereza. Una pooorrrquería que uno cuando le regalan una botella se la regala a alguien más.
Hoy en día me cuesta un Perú encontrar licor de Peperina o Guindado pero los encuentro. Ya no me pongo a beber coñac o whiskey porque falta el compañero, pero con la patrona compartimos el gusto por el vino patero, por un buen café con Baileys o de una copita de licor de ciruelas con una ciruela dentro. Claro, casero. ¿Que no sabe como hacerlo? le paso la receta.

Ingredientes para preparar Licor de Ciruelas con Ciruelas:

Ciruelas: Un paquete o 24 Ciruelas pasas (secas) descarozadas
Alcohol etílico (OJO !! de farmacia) de 70º: 1/2 litro (si tiene de 96º use menos y más agua, no puedo estar en todo)
Azúcar: 500 gr
Agua: 1/2 litro

Preparación

Poner en una cacerola el agua junto con el azúcar, y hervir hasta hacer un almíbar liviano, luego retirar y dejar enfriar. Si se quiere se puede aromatizar con vainilla pero es totalmente opcional. Lavar bien las ciruelas, colocarlas todas en un frasco de vidrio de litro con tapa (poniendo algunas de ellas partidas por la mitad),  el almíbar y el alcohol. Revolver bien. Tapar el frasco. Revolver al menos una vez por semana durante 30 días. Luego de ese tiempo está listo para degustar.

Una ciruela por copa, licor a gusto, una película y buena compañía.
No se me vaya a mamar.

Taluego

Pd/ Sin conocer este post, para el Día del Padre me regalaron, entre otras cosas, una botella de whiskey escocés.
Y eso que tengo el gen antietílico.


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