Me siento a escribir en la mejor confitería de Palermo. Claro, pienso que un poco de contacto con la realidad y la gente me va a prender esa lamparita de idea que me anda esquivando últimamente. Pido un café americano con una medialuna de manteca y edulcorante para simular que estoy siguiendo alguna dieta. 
Como es usual, el pedido viene  acompañado de algún complemento que por lo general sólo me servirían si no he pedido dicha medialuna o similar. Pero el mozo me conoce y me lo trae igual. Total, son sólo unas masitas.
A los diez minutos llega una mamá que supongo primeriza con su pequeño retoño escurridizo como sólo en la edad de los descubrimientos se pueden poner los niños. Ahí está, entre bebé y algo superior a un año, manteniendo ocupada a la madre que cada cinco segundos tiene que ir a buscar el chupete que la pequeña criatura escupe con total deleite hacia los lugares más cochambrosos del ambiente. 
La pobre mujer lo lava, lo chupa y se lo vuelve a poner en al boca al pequeño engendro que luego de mirarla torvamente lo escupe una vez más. Cansada de tanto ir y venir, la mamá (que dicho sea de paso está requetebuena) le da una de las masitas que sirven como complemento en el lugar. 
Si, casi siempre las traen en un  pequeño platito donde caben cuanto mucho dos o tres, como para que uno no pueda quejarse de pagar dos o tres dólares un simple jugo de paraguas. La bebota (porque ahora he visto que porta aros en sus lóbulos, aclaro lo de lóbulos porque hoy en día aparecen colocados en cualquier lugar), digo, la bebota se pone la masita en la boca y con cara de desagrado la retira aún unida por un hilo de baba interminable, hasta que cae sobre la mesa y queda en el olvido merced a los llantos que piden nuevamente algo para chupar.
Trato de concentrarme en lo que escribo pero veo que casi con descuido la mamá vuelve a colocar la masita en el plato, bebe su refresco y se marcha luego de pagar.
La miro.
La sigo mirando.
Casi la fotografío.
Tiene una manchita aquí y brilla con la baba cuando le pega el sol.
El mozo levanta la mesa y se va.
Sigo con mi búsqueda infernal cuando veo que llega el viejito Pablo Conte que suele venir a tomar su café por acá mientras escribe algo para su blog. Lo saludo con un movimiento de cabeza que es devuelto con mucha amabilidad y como siempre se sienta y pide un cafecito cortado mientras acomoda carpetas con mucha información natural.
Yo ya tenía terminada mi medialuna y con el café a medio tomar agarré una de las masitas y comencé a masticar. Me digo, le voy a preguntar a Pablo como anda eso de las especies en extinción a ver si le saco charla, cuando veo que se está llevando a la boca la masita en cuestión. Si,  aquella del hilito de baba que la bebé dejó.
No, no le dije nada, ya la había mordido, yo estaba lejos, tampoco somos tan, tan amigos. Bah apenas lo conozco de haberlo leído alguna vez.
Miré con recelo mi platito donde sobrevivía una segunda masita y me pregunté a cuantos se habría ofertado aquella tarde. Ya no era "mi" masita, era una vil masa prostibularia tocada por todos. La aparté de mi vista mientras sonaba en mi cabeza la frase "Ojos que no ven corazón que no siente"o esta otra: "Chancho limpio nunca engorda". Cualquiera de las dos le serviría de escusa al empresario gastronómico de turno que reutiliza elementos ya servidos.
Recordé de inmediato aquel exquisito guiso de lentejas que comiera en Bolivar y Belgrano y que luego pude observar contaba con pedazos de ternera que, por sus marcas diagonales de quemazón de parrilla, alguna vez habían sido churrascos. 
O mi teoría de que el vino variedad Syrah fue inventado por un mozo que se dedicaba a juntar en una botella todo aquello que sobraba en cada copa de comensal que se retira. 
¿Qué 12 uvas?, ! todas las que quieras y mañana será vino de la casa ¡
!!! Hoy pollo al horno con papas, mañana salpicón de entrada ¡¡¡
¿Vió esos pequeños recipientes que nos traen con porciones de paté de foie, queso untable , berenjenas,  morrones, ajíes en vinagre, etc. que hacen las veces de tente en pié mientras llega la comida y que en algunas oportunidades dejamos luego de probarlas y decir "que asquete"? . Bueno, cuando termina el día, el mismo mozo que juntaba los restos de vino meterá su dedo dentro de cada uno de los potes para juntar los restos en el gran frasco madre que pondrá nuevamente en el frezzer para afrontar las necesidades del día ulterior.
No me ponga cara de asco.
¿Usted pensaba que iban a  tirar la comida? 
Lo que usted deja no va a parar a la basura a no ser que su conformación morfica haya sido alterada de tal manera que sea imposible reconfigurarlo como arrolladito primavera, albóndiga con puré, o guiso de lentejas.
En la Ciudad de Buenos Aires en particular y en Argentina en general, existen áreas donde hay dos o hasta tres negocios gastronómicos por cuadra. Al mediodía se llenan por las ofertas de menú ejecutivo que prometen delicias a mitad del precio que tendrían por la noche o los fines de semana. La competencia es terrible. Gracias a Dios existen las heladeras, los frezzers y los tupperware, ya que una buena cocina moderna de restaurante consiste en tener super congeladas las comidas que tal vez algún día alguien pedirá y con suerte podrán vender. 
¿O usted cree que todos los días pueden tener mariscos frescos, carne de la mejor, pastas recién amasadas, pollo de granja recién faenado, etc. etc.?
No señ@r todo es viejo y reciclado. Nada es lo que parece.
¿Usted creía que el flan está hecho con huevos? Jah¡¡ error, el huevo viene en bolsas de cincuenta kilos y en polvo. (salvo el frito y el duro offcourse ).
La higiene tampoco tiene que ver con la alcurnia del lugar. Cuentan que en uno de esos restaurantes fashion  de Palermo Hollywood una cucaracha asomó una antena y salió corriendo. No se engañe, no es cuestión de estatus.
Paradójicamente ésa es la misma gente que habla mal de los restaurantes chinos y arma cuentos diciendo que las comidas están hechas con carne de perro. 
Pobres chinos, al precio que está el perro hoy en día sería prohibitivo.
¿Cómo dice? ¿Que eliminemos los mozos de la ecuación?, ¿Usted dice que los restaurantes de tenedor libre tienen tanta salida de mercadería que todo es fresco y encima no tienen mozos que ensucien la comida? Y, puede ser que usted tenga razón, no se lo discuto,  pero yo dejé de ir a estos "sírvase usted mismo" cuando el comensal que se estaba sirviendo justo a mi lado fue presa de un ataque repentino de tos que hizo partir de su boca  en vuelo rasante y hacia la bandeja de cerdo al horno, un bolo de mucus, expectoración o gargajo que aterrizó y nadie nunca más volvió a detectar. Ya no es el mozo que se escarba la nariz, se toca un testículo, o va al baño y no se lava las manos para luego meter su dedo en tu sopa. No, son miles de personas que evaden las defensas de vidrio que protegen la mercadería, tocan el pan con manos de dudosa higiene o estornudan sobre la milanesa con papas fritas que te vas a comer.
Es como tener tantos mozos como clientes. No gracias, paso.
En argentina podrás declamar no tener un peso partido por la mitad, pero siempre vas a tener forma de ir a comer afuera. Al menos eso dicen los locales llenos a más no poder. Pero con las normas de higiene que nadie cumple y con la aprobación de los controles de bromatología dependientes de la coima que los empresarios gastronómicos puedan pagar, hoy más que nunca mi amig@ le digo, ahorre, no coma afuera, póngase a cocinar.
Taluego.





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